La marcha del 11 de noviembre y el peligro de las falsas dicotomías.

Alejandro Roemer
4 min readSep 15, 2021

*nota: artículo escrito hace poco menos de dos años pero aún vigente.

La marcha del 11/11/2018, convocada en contra de las consultas a modo, expuso a todas luces el grado de ruptura social por el que hoy a traviesa México. Nuestro clima político se ha trastornado en uno de extremos: se es “chairo” o se es “fifi”, ambas etiquetas totalizadoras que pretenden encasillar al zóon politikon de forma hermética, sin admitir matices ni reconocer complejidad. A ojos de nuestro presidente electo la fórmula es aún más sencilla: o se está con él y se es por consecuencia parte de “el pueblo”, o se está en su contra y se es “fifi”.

Bajo la lógica de este discurso todo aquel que no forma parte del llamado pueblo está, por definición, manco de conciencia crítica, conforme con la desigualdad en el país, y despojado de todo sentido de justicia social. Más preocupante aún de que AMLO enmarque el debate público en estos términos es el que la población los compre y reproduzca. Ante la demostración de inconformidad con el burdo teatro pseudo-democrático — una preocupación política sensata — no se respondió con debate ni con diálogo. En su lugar se nulifica todo argumento, bueno y malo por igual, bajo el cómodo supuesto de que “los fifís” solo se movilizan para proteger su privilegio, con ello obviando la batería de razones legítimas que existen para protestar y hacer valer su voz como ciudadanos.

Estas descalificaciones se fundan y nutren del mayor peligro que puede acechar a cualquier sociedad: el miedo a la otredad.

Es fácil nulificar a tus oponentes — marginarlos de la vida política, silenciarlos y censurarlos — cuando los consideras a todos un cúmulo homogéneo de racistas y xenófobos; cuando los tachas de cínicos conformes con el clasismo y la corrupción. Morena lo ha logrado con éxito, enmarcando a todo opositor como un mexicano desalmado, cegado por su privilegio.

Pero ahí les va una sorpresa: se puede estar en contra de las consultas a modo y también marchar en nombre de los desaparecidos y asesinados; se puede repudiar la pantomima de AMLO y también asquearse ante los abusos de poder e indiferencia peñistas; se puede aplaudir el esfuerzo por legalizar la marihuana — digno mérito de Morena — y también oponerse a la polarización deliberada hoy librada por el mesías tropical. Se puede, en pocas palabras, tener opiniones distintas a las tuyas y también (como tú) ser un mexicano preocupado por el bienestar del país; uno que como tú cree en que se debe de priorizar “primero a los pobres por el bien de todos”.

Dicho de otra forma, la política tiene sus claroscuros. Negarlos es negar la pluralidad de nuestra sociedad y darle portazo al debate público propio de una democracia. Hoy muchos acólitos de AMLO lo hacen a conciencia: aprovechándose de la grosera y desafortunada presencia de misóginos-nacionalistas como Juan Dabdoub en la marcha del 11/11/2018, John Ackerman denostó la misma como “la viva imagen de la intolerancia y el autoritarismo”. De forma igualmente maniquea Epigmenio Ibarra comentó que tomaron las calles quienes en otro momento “cerraron los ojos y la boca frente a las masacres y desapariciones (…)”, reivindicando así una división social sobre-simplificada según la cual coexiste el pueblo — aquel defensor de las causas justas — con los “fifís”, que se manifiestan para no manejar hasta Santa Lucía.

El que hubieran pancartas clasistas, xenófobas y misóginas durante la marcha es una realidad, pero también lo es el hecho de que las personas que las desplegaban fueron la excepción a la regla. Nulificar a la oposición con base en estos casos atípicos — aunque no por ello insignificantes — es el equivalente a tachar como vándalos a todos quienes, protestando los abusos y omisiones peñistas, nos movilizamos a la par de muchos otros que en su momento cubrieron Reforma de grafiti y profanaron negocios en el centro histórico.

No caigamos en falsas dicotomías, pues no existe nada más dañino para una democracia que la ilusión de que existen “los buenos” y “los malos”. Es en ese momento en que se cierra todo espacio de debate y se da pie a la confirmación de todo prejuicio. Dejemos de lado los términos de “fifi” y “chairo” para enfocarnos en la sana discusión de políticas públicas sin etiquetas. No caigamos en la trampa que hoy nos acecha.

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Alejandro Roemer

Philosophy, popular culture, law, and politics! A bit of everything. I write in English and in Spanish.